Factor humano, más que nunca. ¿Qué tiene Marbella que como capital de la Costa del Sol demuestra poderío tanto en las tallas de hospedaje más desmesuradas como en su versión más personal? Para empezar, tiene quilates de experiencia acumulada durante décadas de esplendor turístico y vitalismo social. Pero a veces la experiencia está hecha con el ingrediente de las pequeñas historias y hasta de lazos familiares. De ahí que no extraña descubrir rincones de sincera hospitalidad que rehúyen la estandarización y la sobredimensión de los grandes hoteles de playa como el que lleva sumido ya unos años en la tranquilidad y tipismo de su casco histórico y que se hace llamar Hotel Claude Marbella. Un hotel con ese ingrediente de relato intransferible detrás, con el de la historia de aquellas personas que lo han hecho posible. Un hotel, en definitiva, humano.Hay, por otra parte, más de una Marbella y, de todas, una en la que los pasos se alejan de la imagen del chiringuito al sol y se pierden entre las calles adoquinadas encajadas entre pasillos de pulcro encalado blanco, una ciudad que se despierta en su azahar primaveral y que encuentra sombra y arrullo de agua en el parque de la Alameda, o que muy cerca se topa con la plaza de la capilla del Santo Cristo de la Vera Cruz, una de las más antiguas de este callejeo popular. Allí mismo, casi tanto lleva en pie una casa por la que nos disponemos a revivir, qué paradoja, la Marbella más hedonista y hasta farandulera. Del siglo XVII data la primera construcción de este edificio, de fachada de estuco y ladrillo, hecho hotelito con encanto similar a otros con el que comparte casco histórico pero singular e incomparable con ninguno más en vivencias y anecdotario. Dentro espera una estancia alejada de la ostentación y con unas pautas muy claras: discreción, sensibilidad, cultura y buen gusto. Pero lo mejor es que Désirée Willmes presente al huésped las credenciales del hotel y le guíe por su cronología.