La sociedad ha cambiado y por lógica sus gustos también. Hace unos años el consumo de agua mineral no se apoyaba en el abanico de marcas, envases y diseños que ofrece hoy en día un sector que conecta incluso con valores de prestigio. Un mercado que, sin duda, tiene margen todavía en la explotación de nuevos caminos gracias a los actuales hábitos saludables, o a la importancia de sectores cada vez más relacionados como son la gastronomía y la coctelería. Marcas como San Pellegrino, Perrier o Vichy Catalán están asociadas a mesas y barras de primera división. Para abrir perspectiva, el origen de este sector hay que encontrarlo en los balnearios y en las aguas mineromedicinales que se despachaban en boticas. Durante los años sesenta, empiezan a venderse en las tiendas de alimentación por la demanda creciente de los consumidores y su consiguiente interés por sacar beneficio de esta bebida. Un producto que aspira a la máxima pureza, que se presenta sin calorías, sin añadidos ni tratamientos químicos, de composición constante y cien por cien natural.
No hay dos aguas minerales iguales, lo que explica una personalidad que merece ser contada. Junto con las aguas de manantial y las aguas preparadas, las minerales forman el conjunto de la liga de aguas envasadas. Pero el agua mineral hay que considerarla como un producto alimentario, dentro de la categoría de bebidas, eso sí, lo que obliga a tomárselo muy en serio. Como tal, de acuerdo al resumen ejecutivo del sector de aguas minerales elaborado por la Asociación Nacional de Empresas de Aguas de Bebidas Envasadas (ANEABE), es uno de los productos alimentarios más reglamentados, junto con los alimentos infantiles. Están, por tanto, sujetos a rigurosos controles de seguridad y calidad alimentaria, además de tener que facilitar la llegada de información al consumidor.

 

 

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