No estamos para perder ni un segundo. Si ya Madrid corre a un ritmo frenético, la mutación de la Gran Vía y la Plaza de España parece volar a velocidad de la luz. Anda este cuadrante persiguiendo una nueva morfología que lo confirme como postal renovada acorde con el icono que nunca debería dejar de ser. En este proceso evolutivo la presencia de hoteles lujosos y ‘boutique’ de reciente inauguración ejerce de locomotora. Llegaron ya algunos, vendrán algunos más que esperamos con impaciencia y llegó por fin a materializarse el hotel que debía ocupar parte de uno de los edificios más representativos de la ciudad. La Torre de Madrid, ése ha sido siempre su nombre por algo, pedía a gritos una intervención parecida. Un hotel. Ya lo tiene. Así es el el nuevo Barceló Torre de Madrid. Cabría imaginarse un hotel que ocupara por entero los 142 metros de altura de esta mole de hormigón, en su momento -el edificio fue levantado entre 1954 y 1960- la más alta del mundo de este material, hasta 1982 la construcción que era el techo de España. Cabría, decimos, pero nos perderíamos en una escala a la que puede que no debamos acostumbrarnos. Es cierto que la tentación de asomarnos a las vistas que los pisos superiores proporcionan a sus actuales inquilinos sería del todo irresistible, que en realidad no tendrían parangón en hotel madrileño alguno, pero entendemos la circunstancia en este inmueble comercializado por Metrovacesa y nos “contentamos” con un establecimiento más manejable, atractivo de los pies a la cabeza. Aunque la cabeza se quede en la planta número nueve. Suficiente para admirar desde ella el encuadre urbano que aún no ha inmortalizado el paciente pincel del maestro Antonio López. Porque el Barceló Torre de Madrid, concebido como el mascarón de proa de la cadena, es en el fondo un homenaje a la ciudad, hacia dentro y, por supuesto, hacia fuera.
La llegada a través de dos puertas giratorias gemelas.

 

 

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