Eneko Atxa (Amorebieta, 1977) conoce bien a qué sabe la naturaleza, sobre todo en el paisaje vasco. Toda su cocina se basa en una fusión de equilibrio y sostenibilidad que emana tanto en sus platos como en la distribución y decoración de sus locales. Para el cocinero vasco la integración del comensal con la tierra que pisa y el aire que respira es casi un mantra. Eneko entró a estudiar gastronomía en la Escuela de Hostelería de Leioa. Sus estudios le dieron una base moldeable que fue marcando a fuego en su trabajo con los grandes maestros de la gastronomía vasca que le enseñaron el misterio de llevar la esencia de todo un país a un plato.
El cocinero vizcaíno trabajó en el Asador Zaldua, en Andra Mari de Galdakao; en el restaurante de Martín Berasategui; en Mugaritz, de Andoni Luis Aduriz; y el Ectxebarri de Axpe.
En cada uno de estos grandes templos de la gastronomía aprovechó su tiempo para aprender nuevas técnicas de cocina y desarrollar una personalidad propia que bebe de las fuentes clásicas del recetario vasco pero con la innovación que surge en cada una de sus miradas, en cada uno de sus pensamientos.
En su cabeza siempre estuvo crear un espacio propio, donde desarrollar su cocina pero ubicado en el corazón de donde nace toda su inspiración, en mitad de un pueblo del País Vasco.
En 2005, todas sus energías se mezclaron con sus sueños y, gracias a la ayuda económica de su tío, surgió su templo: Azurmendi, en la localidad de Larrabetzu.
Su tío había montado una pequeña bodega de ‘Txacolí’ y no era ajeno a la magia que Eneko tenía en su cocina. De ahí surgió la primera casa Azurmendi que, en sólo dos años, en 2007, recibía la primera estrella de la Guía Michelin.
Sin embargo, el cielo gastronómico esperaba aún más de Eneko Atxa.

 

 

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