Raíces manchegas, antecedentes hosteleros, ganas y juventud, esos son los ingredientes que han convertido a Javier Aranda en uno de los chefs más prometedores del panorama gastronómico español. Nacido en un pequeño pueblecito de La Mancha, Villacañas, Javier estuvo muy unido durante su infancia a sus abuelos maternos que regentaban un bar. Más tarde, cuando llegó la hora de enfocar su carrera profesional, aquellos años de crianza en el local de sus abuelos y los consejos que recibió por parte de sus amigos le dieron el último empujón para estudiar en la Escuela de Hostelería de Toledo.
Tras este periodo de formación, según el propio chef cuenta, decidió seguir formándose en distintas cocinas, así realizó prácticas en los restaurantes de Adolfo, el restaurante El Bohío y Ars Vivendi; después cuando consideró que “ya era apto para ser una pieza útil en la cocina”, según comenta, trabajó en El cielo de Urrechu, Santceloni, y fue jefe de cocina en el restaurante Piñera.
Pero el reto más importante estaba aún por llegar, tras un año y medio en el restaurante Piñera Javier decidió: “montar mi propia casa, lanzarme a ese vacío de saber qué eres capaz de hacer por ti mismo, y así nació La Cabra”, explica.
El restaurante la Cabra, ubicado en el céntrico barrio madrileño de Chamberí, abrió sus puertas el 6 de abril de 2013, a día de hoy cuenta en su haber con una Estrella Michelin que reconoce y ensalza el trabajo que allí se hace.
Dividido en tres zonas, en las que cada una de ellas ofrece una oferta gastronómica diferente, el Restaurante La cabra también cuenta con una historia inspiradora que explica su nombre. “El nombre de La Cabra es un homenaje a una persona de la que nos hablaba mi padre. En resumen, la cabra significa para nosotros no dar un paso en falso, mi padre nos decía que si tú observas a una cabra en lo alto de los riscos parece que está loca por estar en ese terreno, pero sin embargo nunca se cae por el precipicio. Pues bien, a la hora del servicio parece que los cocineros vamos también un poco a lo loco porque en dos horas y media damos de comer a todo el volumen de comensales que se acerque a nuestro negocio, así que mi padre siempre decía que aunque parezca que vamos siempre a lo loco la cabeza tiene que estar bien centrada, ser como las cabras. Al final esta frase se convirtió en el lema de nuestra cocina y ya siempre que estábamos trabajando decíamos: venga, todo el mundo como cabras”.

 

 

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