Variedad, originalidad, atrevimiento… El vino blanco español ya no es el que era. La tendencia lleva algunos años demostrando que los hábitos de consumo han cambiado a favor de más Denominación de Origen en la hostelería, de variedades autóctonas recuperadas y de la convivencia entre los blancos frutales y los más maduros

Por fin están aquí. O, al menos, se les espera. No ocurría antes, cuando fueron siempre vinos de segunda. En algunos corrillos, sin embargo, se sigue escuchando hoy ese mantra de que en España siempre ha faltado un gran vino blanco. Al mismo tiempo, en esos mismos círculos, se catan ya unas detrás de otras botellas de malvasía, albariño o gewürztraminer que sorprenden, que dejan buen regusto y que suscitan comentarios optimistas. Nada que ver la actualidad, ciertamente saludable de este color, con el estado de la cuestión unas cuantas décadas atrás. Algunas bodegas -o hasta Denominaciones de Origen en su conjunto- llegaron incluso a vetar estas viñas claras, sin confiar demasiado en un vuelco futuro. Tuvieron que ser los pioneros de rigor, con visión e innovación técnica, los que pusieron en España las bases para que el vino blanco tuviera su oportunidad. Y hoy ya se empieza a recoger esos frutos en forma de más que dignos caldos con los que comenzar a levantar la mirada hacia países que siempre han acomplejado a los productores españoles. Tal vez todo empezó en Rueda de la mano de la hoy ubicua verdejo, aunque el camino ha sido largo para vencer el pulso al granel.

Mención aparte merece el impulso que el blanco ha experimentado gracias a la apuesta por variedades autóctonas, que ha supuesto un vínculo mayor con la tierra y sus historias humanas, y cuya recuperación ha permitido la aparición de nuevos caminos por transitar, más allá de su carácter minoritario y atrevido. Aquí veremos los ejemplos de la buena salud actual del godello o la presencia vibrante de la picapoll, en la D.O. Pla de Bagues. Pero tras los pioneros, se está en un punto en el que la apertura de miras del propio consumidor, cada vez más desprejuiciado y dueño de sus gustos más personales, domina la tendencia. El sector detecta después de todo estos nuevos hábitos de consumo con los que se empiezan a romper los clichés: la coletilla del ‘verdejito’, los horarios o las armonías, ya que antes los blancos sólo parecían aptos en la mesa frente a determinados tipos de alimentos. Nunca hasta ahora la gama de vinos blancos había sido tan amplia ni había ofrecido tanta calidad. Los vinos más ligeros y con inclinaciones más frutales conviven con los más maduros en pleno auge de reservas blancos con arrastre de barrica.

APUNTES DEL MERCADO DEL VINO BLANCO EN ESPAÑA

Teniendo en cuenta que alrededor del 13% del consumo es blanco, el panorama más esclarecedor es el que marca el buen índice de los blancos con D.O. en Hostelería. Si atendemos a los hogares españoles, el consumo en millones de euros y en millones de litros experimenta desde 2009 un continuo crecimiento. De los 148,5 millones de euros gastados en vino blanco en 2009, y los 87,8 millones de litros bebidos, se pasó a los 195,5 millones de euros a marzo de 2018 (en comparación con el mismo periodo de 2017) y a los 95,8 millones de litros. 

 

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