Palma de Mallorca luce un hotel que atesora diferentes galardones y brinda un cúmulo de experiencias en una estructura de cinco estrellas: Sant Francesc Hotel singular

De esa factoría de hoteles cosmopolitas que es Majestic Hotel Group salió hace unas pocas temporadas un lugar deslumbrante que rezuma sensibilidad a escala humana. No fue un invento ni una ocurrencia, pues parte de su calado trasciende su apertura como establecimiento hotelero. Es Sant Francesc Hotel Singular un lujoso cinco estrellas que, armado de detalles y confort, va más allá y eleva la consideración de hotel de gran categoría. Porque entre sus muros con historia, los intangibles son siempre los que hacen que el recuerdo de una estancia permanezca en la memoria. Desde el mismo corazón de Palma, hay quien ve en él uno de los mejores hoteles del mundo; ha sido objeto de atención de las cabeceras más prestigiosas del ‘lifestyle’; acumula premios y condecoraciones. Sant Francesc Hotel Singular es una joya para los cazadores de experiencias.

Para empezar, el hotel tiene esa impronta que es urbana a la vez que sabe a mar. Así es Palma, ciudad imprescindible que esconde en la Plaza de Sant Francesc uno de sus rincones más auténticos. Se intuye el intrincado trazado árabe de lo que un día fue Madina Mayurga y que con Jaime I recobró el pulso cristiano y fue dividido en parroquias, como la de Santa Eulalia a la que pertenecía esta ubicación. Junto al hoy hotel, la iglesia y claustro que llevan su mismo nombre por dar cobijo a la orden franciscana y que fueran edificados a finales del siglo XIII. Otra cosa es el edificio del actual hotel. Casi a la sombra de la fenomenal basílica, otro templo, esta vez burgués, se urdía en 1860 casi tal cual lo vemos ahora. El resultado, una delicia neoclásica. Hasta finales del siglo XX, fue el casal de los Alomar, familia de muchos posibles dedicada al cultivo de la caña de azúcar en Puerto Rico. Como típica casa-palacio mallorquina, sometida en su envoltorio y contenido a una estricta protección arquitectónica, se ha tenido que respetar casi a la fuerza los principales elementos estructurales. Pero dicho restauro puede no siempre dar en el clavo. Felizmente, apenas se ha pervertido la esencia del lugar, dado el embellecimiento aplicado a los miembros originales de este organismo que cobró un nuevo sentido y, repetimos, también una especial sensibilidad. Los portones de acceso, los arcos mallorquines, la escalera principal, los suelos de piedra y el patio empedrado, el mismo pozo, las vigas y los artesonados de madera, las cuadras y la torre de vigilancia, incluido su palomar, los exquisitos frescos y las pinturas murales… Hay mucho donde mirar y que vivir. Mucho donde equivocarse también.

Sobre esta historia se ha sabido dar una mano de contemporaneidad que destila capacidad desestresante y buenos modales. Con recursos espaciales a destacar: el aljibe se convierte en gimnasio, las cuadras en el restaurante o la torre en una de las habitaciones más agradecidas del hotel. El diseño demuestra sus propiedades integradoras para que las piezas antiguas convivan con las más recientes o para que la piedra de Santanyí Binissalem o Marés haga lo propio con los suelos de madera traídos de Francia. Una retahíla de firmas ilustres nutre el catálogo del mobiliario: Antonio Citterio, Jaime Hayón, Philippe Starck, Gordon Guillaumier, Stephen Burks, Piero Lissoni, Inma Bermúdez, Davide Groppi o Bernard Schottlander. Todo encaja. Todo tiene su sitio sin ser una mera demostración de poderío. Hay más: su colección privada de arte contemporáneo que contribuye más si cabe a que el hotel se encuentre cómodo en su personalidad culta. Obras originales de Guillem Nadal, Josep Maria Riera i Aragó, Dominica Sánchez, Jordi Alcaráz, Bruno Olle, Miguel Macaya, Miguel Ángel Campano, José Manuel Broto Gimeno, Alfonso Alzamora y Eduard Arbós hacen más que decorar con naturalidad las zonas de convivencia y también las habitaciones del Sant Francesc. No siempre estuvieron ahí, aunque lo parezca.

 

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