El estrellado chef mallorquín traslada su restaurante homónimo a un hotel de lujo en una finca rural del siglo XIV, mientras mantiene otros negocios de éxito en la isla

Fue el cocinero más joven en obtener una Estrella Michelin en Baleares y años después, en 2020, obtuvo la Estrella Verde Michelin por su compromiso con la sostenibilidad (tanto medioambiental como económica, “porque la primera sin la segunda no es viable”). Antes de cumplir la mayoría de edad, Andreu Genestra (Inca, 1983) ya había pisado alguna cocina profesional donde reafirmó su vocación. “La clave fue probar el oficio sin tocar el dinero, porque a veces, si ganas dinero fácil, el oficio te quema, porque no es tu vocación”. Dejó el instituto para estudiar tres años en la Escola d’Hoteleria de les Illes Balears, compaginando su formación con trabajos durante la temporada de verano. Antes de cumplir los 19 años ya pensaba en trasladarse a Barcelona para continuar su desarrollo profesional junto a grandes chefs. 

Reconoce que nunca ha priorizado el dinero y es uno de los grandes aspectos que valora en un proyecto: que despierte en él una ilusión laboral o profesional. “Nunca había tocado la alta cocina. La experiencia en Barcelona me costó mucho, fue el primer toque de realidad, porque estaba acostumbrado a sacar volumen, no calidad”. Ese primer contacto lo tuvo en el hotel Condes de Barcelona, donde coincidió con cocineros que sí habían estado en restaurantes de primer nivel. Año y medio después regresó a Mallorca de la mano de Marc Fosh en el hotel Read´s, cuando sonaba para una segunda estrella; allí entendió realmente qué es la alta cocina. “Fue un golpe de autoridad en mi cabeza para centrarme, para entender que este mundo cuesta mucho y que si quería entrar, debía absorber un poco de autoridad”. Una temporada aquí, un posterior paso por el hotel Son Brull y finalmente optó por compaginar su trabajo en Mallorca con ‘stages’ en el País Vasco, en las cocinas de Mugaritz o Arzak; experiencias que le sirvieron para convencerse de que esto era lo que le gustaba, que era donde quería estar. “La experiencia en el País Vasco me marcó mucho, porque es muy duro; no es un sitio para todo el mundo”. Continuó su periplo por Barcelona en Espai Sucre: “es de los sitios que más me ha enseñado a nivel organizativo, a la hora de pensar platos, sobre cómo manejar un negocio, porque eran muy milimétricos, tenían todo muy estudiado”. 

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