El rugir de un bravío Cantábrico, que contrasta con la sutiliza de las aguas dulzonas del Sella. La villa asturiana de Ribadesella es tierra de contrastes, con una milenaria tradición en su curriculum y una exquisita gastronomía que mostrar al mundo. Ribadesella fue tierra de acogida, hace muchos siglos, de reptiles prehistóricos como los dinosaurios; de hecho, sus huellas se pueden contemplar a día de hoy en esta villa, que a su vez es considerada como “territorio angulero”. De hecho, porta con satisfacción su bandera como región pionera en la pesca y cocinado de la angula. Un pequeño y resbaladizo pescado, altamente codiciado en las mesas, que se suma a la riqueza de la comarca. Y no sólo culinaria. Su bonito paisaje de mar y montaña, sus grandiosas playas o sus mágicas cuevas hacen de Ribadesella un pedacito asturiano muy atractivo.
La cría o alevín del pez anguila, llamado angula, forma parte del del apasionante ciclo de una especie que nace, vive y muere en una auténtica epopeya marina: de los huevos salen unas pequeñas larvas -los leptocéfalos- que se dejan arrastrar por la corriente en una asombrosa migración que les lleva de vuelta a las desembocaduras de los ríos desde donde partieron sus padres. Muchas de ellas mueren durante la larga travesía, que termina cuando llegan a su peculiar destino. En contacto con el agua salada se convierten en angulas, y ya en su edad adulta regresan al Mar de los Sargazos, donde se reproducirán y morirán, justo en el mismo lugar en el que nacieron.
Posteriormente, las angulas -que tienen entre dos y tres años- se sienten atraídas por los ríos grandes y fríos, y por eso el Sella les incita a remontar sus aguas y emprender otro viaje, que en ocasiones no llega a buen puerto, con gran placer del comensal.
Un manjar que, con dificultosa tarea por parte de los anguleros riosellanos, se puede saborear como una auténtica ‘delicatessen’.

 

 

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