Un oasis frente al oasis. La aglomeración turística obliga a que una vez en el destino vacacional se busque un rinconcito en el que sentirse a salvo. El segundo oasis aludido da nombre al humedal que convive dentro de la reserva natural de las Dunas de Maspalomas. Allí, pegado al desierto en constante movimiento de San Bartolomé de Tirajana, en la Gran Canaria más meridional, un hotel se erige en bandera de tranquilidad, espíritu ‘open-mind’ -que dicen los modernos- y capacidad revitalizante, algo que en principio parece más explotado en Baleares que en este archipiélago dotado todavía de una belleza natural refractaria a la intervención del hombre blanco. Y eso que ha intervenido a sus anchas, en un entorno urbano en el que todo son hoteles de alto tonelaje y apartamentos turísticos de cualquier condición concentrados hacia la cada vez más internacional Playa del Inglés. Desde hace bien poco menos mal que se cuenta con el hotel Bohemia Suites. Un poco de lógica entre tanto desvarío de hormigón. Inaugurado a finales del verano de 2012, Bohemia Suites & Spa actúa precisamente como ese oasis en el que guarecerse cuando uno pide a la vida ser mimado. Un cinco estrellas de lujo y con muchos lujos pero nada mastodóntico y muy afín al terreno sobre el que pisa. En realidad, no tuvo más que adaptarse al viejo hotel Apolo del que apenas queda la silueta. El resto de la intervención, comandada por la arquitecta hotelera suiza Pia Schmid, repintó la fachada de un apetecible color canela, adornó los balcones con formas y sombras africanas, casi de camuflaje, adosó a uno de sus laterales un ascensor panorámico de cristales tintados en tonos verdes y violetas, e incrustó en lo alto de su octavo piso una carcasa semicircular en riguroso negro como si de una torre de control se tratase y de la que ya daremos cuenta. Un edificio, en definitiva, más vistoso que el anterior, tan setentero, y más ligero y funcional, más actualizado a los nuevos tiempos.
Desde fuera, dan ganas de meterse en materia. La primera impresión confirma una cosa: ese silencio que se nota en seguida anuncia que el oasis es sólo para adultos. El hotel no admite a niños menores de 14 años; para algunos, un lujo tan codiciado como una langosta bien servida o un masaje relajante bajo una sombrilla. El silencio no es asunto menor en un hotel cuyo precio se paga. A esta paz contribuye el envoltorio vegetal del Bohemia, un ingrediente esencial para entender el proyecto. Encargado al paisajista Luis Vallejo, el diseño de los 500 metros cuadrados de jardines transporta al recién llegado a una dimensión feliz. Palmeras, orquídeas, buganvillas, lavandas, flores de ‘curry’, musgos, suculentas, cactus. La flora autóctona canaria se alía con otras especies tropicales hasta hacer olvidar por un momento el lugar al que imaginamos dirigirnos. Lo mismo estamos en tierra lanzaroteña de César Manrique que el despiste nos recuerda a Ibiza, o a Baja California, a hoteles del Pacífico. Por aquello de ejercer de oasis, por parecernos un espejismo. Ya habrá tiempo de coger sitio en la Playa del Inglés. Entre las macetas, parterres y follaje verde, surgen las piscinas, las que el huésped no podrá nunca echar de menos aunque siempre estén climatizadas. En niveles separados, se reparten la necesidad del chapuzón una grande de 25 por 15 metros y otra algo más pequeña, ambas acompañadas de ‘jacuzzis’. La principal resulta primorosa en su dibujo y funciones: hasta tres chorros de agua para nadar a contracorriente y música subacuática. Música oriental, claro, no vaya a ser que a alguien se le ocurra ponerse nervioso. El inicio del refrigerio puede entonarse además en el ‘pool bar’ que conecta ambas piscinas.
En algún momento, aunque el huésped se resista, habrá que entrar dentro, hacer acto de presencia en una recepción enclavada en pleno contraste respecto al exterior. Del verde y el azul refrescantes al rojo y al dorado envejecido tan sofisticados que protagonizan las alfombras y los paneles de celosías. El púrpura vuelve a coger intensidad, en las columnas y en las orquídeas. Lo dicho, ahora estamos en Marrakech, o tal vez Bangkok. Suelos de tarima, jarrones y macetones, superficies de escuadra y cartabón, dibujos geométricos, iluminación natural… Hotel de playa, de acuerdo, pero ‘boutique’ y de diseño en su identidad.

 

 

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