Frente a los clichés que les sirvieron de primera palanca de consumo, los vinos rosados entran en una nueva fase expansiva en busca de mayor calidad y disfrute desestacionado. La flexibilidad de variedades y el perfeccionamiento técnico, al tiempo que continúa la influencia provenzal, les hace cada vez más competitivos, como demuestra el buen comportamiento del rosé con D.O. en el canal Horeca

El propio André Dominé, enólogo alemán, autor de ese gran volumen que es “El vino”, ya anticipaba a principios de este siglo que el rosado era algo más que una solución de emergencia. Casi 20 años después de ese diagnóstico, los vinos rosados se siguen enfrentando a cierta timidez y reticencia en unos tiempos en los que paradójicamente se convive con la tendencia a diluir mitos. Y es que todavía persisten los prejuicios sobre el mundo rosa del vino: para mujeres, para el verano, para los que no entienden… Un estigma que pudo responder a estrategia comercial, pero que a la postre no se justifica. La facilidad de su consumo es innegable, pero es momento de reivindicar una calidad que ha crecido exponencialmente a través de métodos de elaboración que revisten también de complejidad. 

Un factor principal de la dificultad histórica para que el rosado cale en España es su vaguedad definitoria. Porque el vino rosado no cuenta con una definición concreta ante las ordenanzas de la Unión Europea que se limitan a diferenciar únicamente entre vino tinto y blanco. Este singular vacío hace que los rosados encuentren acomodo en la categoría de tintos, favoreciendo aún más la confusión en la que se ven sumidos. La rigidez administrativa y la obligación clasificatoria merman, por tanto, su capacidad expansiva. Las distintas Denominaciones de Origen, además, aplican sus propias condiciones: del 25% mínimo de Tempranillo, Garnacha Tinta, Graciano, Mazuelo y Maturana Tinta de Rioja, al 50% mínimo de Cabernet Sauvignon, Garnacha Tinta, Merlot y Malbec de Ribera del Duero; de lo que pide Cigales, un 50% mínimo de variedades principales, a lo que exige Valdepeñas para sus rosados, un 25% mínimo de tintas. El método elegido por Navarra, la región líder, se limita al tradicional método de sangrado de uvas tintas, obteniendo el mosto flor sin pisarlas. Elaborados sólo con uva tinta, Garnacha en su mayoría, los rosados navarros se abren ahora a nuevas variedades en busca de otros matices. 

Todo queda en manos de la voluntad y de la imaginación de las bodegas más audaces que no creen en las limitaciones del vino. Todo para romper el tradicional ‘status quo’ que cede el protagonismo de la calidad a los vinos provenzales franceses y el volumen, y su consiguiente abaratamiento a granel, a los españoles. 

 

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